Te presento a tu mejor amiga: sati
- Casa Virupa
- 10 jun
- 7 Min. de lectura
Os proponemos maravillarnos juntas una vez más ante las herramientas meditativas, cognitivas, emocionales, psicológicas…, del Dharma del Buda. Esta vez, centrándonos en sati, la atención. Como toda tradición milenaria, el budismo es vastísimo, ¡y hay tantos recovecos por descubrir! Por eso proponemos profundizar en la comprensión de sati.
Si sois lectoras habituales de este blog, sabréis que es un tema que nos interesa en especial. No solo porque la atención sea la calidad que cultivemos de manera central en todos los cursos semanales que ofrecemos, sino porque esta predilección es patente en nuestros artículos. Hasta ahora, no hemos parado de insistir en denunciar los usos parciales, interesados o perversos de las técnicas de meditación en calma mental en nuestro contexto. También hemos presentado algunos de sus beneficios; hemos recogido algunas técnicas para cultivar la atención; hemos tratado su alianza con la relajación y con la introspección vigilante... En definitiva, es evidente que nos interesa.
Así que volvemos a ella una vez más, para aprender de voces expertas que la han estudiado, que han escrito sobre ella y, sobre todo, que la han cultivado en su día a día con extremo cariño y confianza. Y, ahora, comparten con nosotros los frutos de esta convivencia íntima. Recogemos las reflexiones y el estudio del canon budista de Analayo, experto en budismo primigenio y monje, de origen alemán; Alan Wallace, escritor experto en meditación samatha, practicante vajrayana, laico estadounidense; y Bernat Font, experto en el canon pali, traductor, portavoz de budismo secular, practicante laico catalán.
QUÉ ES SATI
Sería maravilloso tener una única, clara y distinta definición de lo que es sati. Sin embargo, teniendo en cuenta que el budismo es una tradición de una envergadura temporal y geográfica equiparable a toda la filosofía occidental desde los griegos hasta la actualidad, entenderemos que no sea el caso: hay diversas comprensiones de la atención plena. Aun así, intentaremos presentarla de forma general.
Una observación constante es que sati tiene que ver con la memoria. Así lo explica Buddhaghosa, un destacado maestro theravada, que afirma: “Por medio de ella recuerdan, o ella misma recuerda, o simplemente es recordar: así es la atención plena”. Esta definición requiere una aclaración. Quienquiera que haya intentado cultivar sati, se habrá dado cuenta de que una de las distracciones más comunes son las memorias, los recuerdos. ¿Cómo se come esta paradoja? De la siguiente manera: Analayo explica que la atención se parece a la actitud que tendríamos si tuviéramos que registrar información de una charla que estamos escuchando y en la cual no podemos tomar apuntes. Ese tipo de escucha y de alerta permite retener y, más tarde, recordar la experiencia. Esta es la relación que Analayo concede entre la memoria y la atención.
Otra característica que no es menor es que sati debe establecerse. Es decir, no es una cualidad que esté automáticamente presente en nuestra experiencia. El flujo de conciencia siempre está allí, pero eso no significa que la atención la acompañe.
Además, sati está caracterizada por la receptividad. Analayo ilustra este aspecto con una metáfora constante: la de entender la atención como una buena amiga.
Desde el mismo momento de despertarnos por la mañana, nuestra buena amiga sati ya puede estar ahí, como si nos estuviera esperando. Está lista para acompañarnos durante el resto del día, animándonos a mantenernos receptivas y abiertas, suaves y comprensivas. Nunca se enfada cuando, por casualidad, nos olvidamos de ella. Tan pronto como la recordamos, está justo ahí de nuevo con nosotras.
La gracia de pensar la atención en estos términos es que la manera de establecerla no será forzada, no tendrá nada que ver con una hiperconcentración tensa. Más bien, su presencia sabe a “una receptividad abierta y a una suave alerta de lo que esté ocurriendo”. De ahí que maestros como Jigme Khyentse Rinpoche, cuando introduce a personas a la meditación en atención plena, insista que esta práctica consiste en aprender a “estar cómoda en la propia piel”.
Otra aclaración necesaria es que la atención es compatible con el uso de conceptos. De hecho, su cultivo requiere cierto conocimiento; es decir, no se agota en la capacidad de presencia. Recuperemos una definición clásica de la atención, la que el monje Nagasena compartió con el rey Milinda en un diálogo muy conocido:
La atención plena, cuando surge, trae a la mente tendencias sanas e insanas, con defectos y sin defectos, inferiores y refinadas, oscuras y puras, junto con sus contrapartes.
La atención plena, cuando surge, sigue los caminos de las tendencias beneficiosas y no beneficiosas: estas tendencias son beneficiosas, estas no beneficiosas; estas tendencias son útiles, estas no útiles. Así, quien practica yoga rechaza las tendencias no beneficiosas y cultiva las tendencias beneficiosas.
Al apoyarse en esta cita, Alan Wallace hace hincapié de nuevo en el contexto ético y filosófico de la práctica de la meditación, que requiere el discernimiento sobre lo que es saludable y lo que es pernicioso. Esta “comprensión clara” es la aliada principal de sati: sampajañña. Aunque, como dice Analayo, no debemos confundir practicar con hacer digresiones intelectuales sobre la práctica, una meditación fértil requiere instrucciones, pensamientos sobre lo que es beneficioso e indicaciones sobre cómo medir el progreso.
SU COMPAÑERA PRIVILEGIADA: LA INTROSPECCIÓN
Esta aliada cognitiva de la presencia recibe diferentes nombres: “comprensión clara”, “introspección” o incluso “conciencia situacional”. ¿Qué necesitamos saber sobre la introspección?
La introspección es una facultad reflexiva. En comparación con la atención, que puede dirigirse a objetos muy distintos, desde una galaxia lejana hasta un cosquilleo en la garganta, la introspección atiende a aquello con lo que me identifico de forma inmediata, mi mente y mi cuerpo. Wallace añade que la introspección es “una expresión de la inteligencia”; es decir, discierne: monitorea nuestras acciones de cuerpo, palabra y mente y las evalúa. En la práctica de meditación necesitamos esta habilidad que identifica los desvíos del objeto de atención y recorre a los antídotos adecuados para responder a ellos. Pero esa misma capacidad nos acompaña a lo largo del día a día, en consideraciones como: ¿tiene sentido decir esto o no decirlo?, ¿ahora es un buen momento para introducir esta cuestión, o mejor buscar otro?, ¿estaré exagerando la situación con este relato o es fidedigno? En definitiva: esto que encuentro en mi experiencia, ¿es benéfico o pernicioso?
Bernat Font reencuentra el mismo énfasis en la alianza entre la atención y la introspección en la presentación más antigua del sendero budista. En su primera enseñanza, al presentar el camino de ocho ramas -erróneamente traducido como “óctuple sendero”, pero más conocido bajo esta expresión-, el Buda explica los ámbitos que deben observarse para la práctica, que incluyen la visión, la intención, la palabra, la acción, el modo de vida, el esfuerzo, la atención y el recogimiento. Bajo una interpretación lineal, sati va precedida por el esfuerzo correcto y la sucede el samadhi: “recogimiento”, “unificación mental” o “estabilidad”. El esfuerzo correcto consiste en orientar nuestras energías hacia aquello que nos conviene a nosotras y a las demás y, por lo tanto, dejar de promover estados o acciones perjudiciales para nosotras y para las demás. Este discernimiento enmarca la práctica de sati, que es posible gracias al cultivo de un esfuerzo sabio. Y, a través de la atención, accedemos al samadhi, un estado de unificación de la mente caracterizado por la falta de reactividad, totalmente sano. Sería imposible desembocar allí con un foco atencional neutro, que acogiera y diera espacio de la misma forma tanto a la arrogancia como a la ternura.
ATENCIÓN AL SERVICIO DE LA COMPRENSIÓN
Esta estrecha colaboración entre la atención y el discernimiento es una de las marcas de esta tradición contemplativa. Wallace explica que la práctica de la atención y de estados muy elevados de concentración (samadhi), era muy habitual en los tiempos del Buda. Las prácticas ascéticas, el retiro de la vida laboral y familiar para dedicarse únicamente a la contemplación, la elección de ser un yogui errante, no era excepcional. El Buda se benefició de esta cultura, pero no se conformó con la máxima sofisticación de la atención, con simplemente alcanzar absorciones meditativas estables, sin aflicciones ni distracciones. Quiso ir más allá.
Con una mente refinada, ecuánime y ligera, se dedicó a investigar la experiencia, y de esta forma generó meditaciones diseñadas para ver a través de nuestros engaños: vipassana o visión penetrante. Su contribución a esta rica cultura contemplativa fue señalar que la unión entre la atención y la comprensión, entre samatha y vipassana, era la fórmula para liberarse de forma definitiva de la reactividad, el conflicto y la esclavitud a nuestros patrones habituales. Para hacerlo, sati es imprescindible: permite cortar las constantes proyecciones, pasadas y futuras, que contaminan nuestra percepción. Sati permite interrumpir estas asociaciones e introducir filtros que nos acerquen a cómo funcionan las cosas: por ejemplo, que nuestra percepción acceda a la realidad a través de las lentes de la transitoriedad, la vulnerabilidad, la interdependencia o la ausencia de esencias.
COMPRENDER Y VIVIR BIEN
Por estas razones, la atención, llevada hasta su máximo esplendor, no es definitivamente liberadora. A la vez, es innegable que allana increíblemente el camino. Para poder comprender las causas del malestar y las maneras de responder a él, es necesario contar con capacidad de recogimiento y con cierta comodidad en nuestra propia piel. Sati es ese ancla que nos sirve de refugio pase lo que nos pase.
Así lo ilustra uno de los símiles que nos acerca Analayo, que describe a seis animales que están todos atados entre ellos, y estiran con fuerza en direcciones opuestas. El más fuerte desplaza a los demás, hasta que se cansa y otro lo sustituye. Esas serían las seis puertas de los sentidos, cuyos estímulos más estridentes capturan nuestra atención. Sati en la experiencia presente sería un poste firmemente clavado en el suelo, donde están ligados los animales. Tarde o temprano, se cansarán de tirar y yacerán plácidamente en el suelo alrededor del poste.
Otra imagen interesante es la que compara nuestra mente reactiva con un fuego que se enciende rápidamente con madera seca; con agua que se vierte sin obstáculos en un recipiente vacío; o con una piedra que, al lanzarse, penetra en un montículo de arcilla húmedo. En cambio, a través del cultivo de sati, la reactividad no se encuentra las puertas abiertas. Hace de nuestra mente madera húmeda que no se enciende; un recipiente lleno que no contiene más líquido, o con una puerta sólida contra la cual rebota una pelota sin el mínimo temblor.
La capacidad de no estar a la merced del contacto más colorido o chocante, de dejar atrás una relación ansiosa con los estímulos, provee una autoestima que nos sosiega. Y nada tiene que ver con la fantasía de poder controlarlo todo. Pase lo que pase, sati nos estará esperando, como una buena amiga: paciente y sin rencor, dispuesta a acompañarnos para descubrir lo mejor que podemos albergar.
Bibliografía:
Alan Wallace (2011). Minding Closely: The Four Applications of Mindfulness. Shambhala Publications.
Analayo (2018), Satipaṭṭhāna Meditation: A Practice Guide. Windhorse Publications.
Bernat Font (2020), curso “Formas de estar presente. Los cuatro satipatthana”. Casa Virupa.
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