La compasión budista no es una idea fácil. Se trata de una de esas nociones polémicas que cargan con malentendidos históricos y que utilizan términos preñados de connotaciones religiosas y culturales de una tradición que nada tiene que ver con las tierras que testimoniaron el nacimiento del budismo. Con todo esto en mente, más vale acercarse a la compasión budista con extrema cautela. Lo haremos hablando primero de lo que no es.
No es autosacrificio o compasión idiota
Como dice Chogyam Trungpa Rinpoche, a menudo pensamos que alguien compasivo es una persona agradable, gentil, moderada y, a fin de cuentas, complaciente. Parafraseando a Rinpoche, se trataría de alguien que está dispuesto a perdonarnos todos los errores y a darnos consuelo (Trungpa: 1991).
Como aclara una de las personas que mejor entendió las enseñanzas de este maestro imprevisible, su discípula Pema Chodron, esa idea de la compasión es muy estrecha y puede incluso ser peligrosa. Podría llegar a ser “compasión idiota”, como le llamó su maestro, nuestra “tendencia general a dar a la gente lo que quieren porque no puedes soportar verles sufrir” (Chödrön en Beres: 2013). A fin de cuentas, la motivación de este trato complaciente es terriblemente egoísta: nos importa más dejar de estar incómodos por el sufrimiento de las demás que no atender verdaderamente a las causas de su malestar y ver sus necesidades reales. Y el gesto acaba siendo una huída de la incomodidad.
Además, la estética tontorrona de alguien bueno y compasivo implica que esa persona no nos llevará nunca la contraria ni nos podrá límites. En la práctica, esto puede ser un flaco favor para las demás, y puede desgastarnos de tal forma que no podamos ser de ayuda para nadie. Como dice Silvia Fernández, la compasión “puede implicar decir un no rotundo y poner unos límites muy claros. [...] implica tener la claridad de determinar qué acción puede reducir la mayor cantidad de sufrimiento, al mayor número de personas (incluido uno mismo), a largo plazo” (Fernández: 2019).
Así pues, tengámoslo claro: la compasión budista no tiene nada que ver ni con el buenismo ni con el autosacrificio. Y no opta por priorizar una evitación cortotermista de la incomodidad que perpetúe un sufrimiento profundo (Beres: 2013).
No es distrés empático
Tampoco se trata de esa “compasión de los débiles” que aborrecía a Nietzsche (Salellas: 2023), un cúmulo de emociones tristes y desempoderantes que chupan la energía del espíritu y lo dejan lánguido, arrastrado por la tristeza hacia nosotras y ante el sufrimiento ajeno. La verdadera compasión no consiste en cargar emocionalmente con el sufrimiento ajeno, sino en tener la intención genuina de aliviarlo, lo cual requiere equilibrio emocional y claridad. La empatía es imprescindible porque nos permite sentir el sufrimiento de otra como propio, pero la compasión implica entender y sentir lo que otra vive sin perder todo atisbo de perspectiva. Cuando empatizamos en exceso, nos desconectamos de nuestro centro emocional y caemos en un estado de distrés empático, lo que puede llevar a un agotamiento emocional o "fatiga de empatía" - la mal llamada “compassion fatigue”. La compasión, en cambio, activa zonas cerebrales relacionadas con el bienestar y es sostenible sin llevarnos al agotamiento (Fernández: 2019). La compasión budista, en cambio, nos permite ayudar sin perdernos.
No es lástima
Si el distrés empático peca de sobreidentificación con la persona que sufre, la lástima se pasa de distancia. En la lástima hay una relación desigual entre quien ayuda y quien es ayudado: yo, que estoy por encima, siento lástima o pena por ti, pobrecita, que estás por debajo. No hace falta añadir demasiado: nadie quiere el receptáculo de la lástima de las demás, pero muy a menudo nos sostiene la cálida compasión de las otras. En ella, no hay ni fusión ni alejamiento: la otra comprende nuestro sufrimiento, empatiza con él y reconoce nuestro estado porque sabe que en cualquier momento puede ser el suyo. A la vez, su lugar, momentáneamente más sereno, le permite no ahogarse en nuestro desconsuelo y aportarnos la claridad y la fortaleza que nos faltan: tiene mejores ideas, ve soluciones y luz allí donde nosotras estamos a oscuras. Eso es ayudarse de verdad. Pero de eso ya hablaremos más adelante.
Bibliografía:
Beres, D. (2013). Idiota Compassion and Mindfulness. Arc.net. Recuperado el 29 de enero de 2025, de https://arc.net/l/quote/takgnzdp.
Fernández S. (2019). La presencia compasiva al final de la vida. En XXXVIII Cursos de Verano de la UPV/EHU. Los derechos de las personas al final de la vida.
Salellas, A. C. (2023). Nietzsche, Buda y la compasión. Buddhistdoor en Español. Recuperado el 29 de enero de 2025, de https://espanol.buddhistdoor.net/nietzsche-buda-y-la-compasion/.
Trungpa, C. (1991). The heart of the Buddha: Entering the Tibetan Buddhist path. Shambhala.
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